“Yo’on Ixim es una asociación civil que trabaja con migrantes tzotziles, cuyo objetivo es fomentar un espacio para la educación comunitaria y democrática con un enfoque en la creatividad, curiosidad y el pensamiento crítico”
Martina Žoldoš
Cruzando el mercado Hidalgo en el norte de la ciudad de Puebla y siguiendo los gritos de los niños e instrucciones de transeúntes está la casa que detrás de un nombre casi impronunciable, Yo’on Ixim, alberga una comunidad vibrante de niños, adolescentes y hasta adultos, hundidos en libretas con letras y números. Aunque está cargada de libros, pizarras con ecuaciones y bancos como cualquier escuela convencional, los alumnos de ésta no podrían ser más diferentes. Niños indígenas chiapanecos que hace unos meses pasaban horas en los cruceros vendiendo chicles y palanquetas ahora dedican su tiempo a tratar de resolver los misterios del alfabeto de una lengua que poco conocen.
“Yo’on Ixim es una asociación civil que trabaja con migrantes tzotziles, cuyo objetivo es fomentar un espacio para la educación comunitaria y democrática con un enfoque en la creatividad, curiosidad y el pensamiento crítico”, explica sobre esta escuela poco común Samantha Greiff, su fundadora y una de los 6 maestros, tres profesionales y tres voluntarios, que enseñan matemáticas, lectoescritura, algo de biología, arte y otras cosas básicas -como leer reloj, los días de la semana y las estaciones del año- a los hijos de dichos migrantes.
Todas las familias involucradas en el proyecto son de origen tzotzil y vienen del municipio Mitontic del estado Chiapas, un municipio con pocas o cero oportunidades, donde el maíz es casi lo único que crece, donde el trabajo en la milpa es para autoconsumo, donde nadie gana dinero, donde sólo hay escuelas de nivel primaria y casi ningún centro de salud. Para sobrevivir, la mayoría de sus habitantes migran a las urbes mexicanas.
“Vine a Puebla por necesidad, de donde yo vengo casi no hay trabajo y cuando hay, hay sólo una vez a la semana o ni tanto”, cuenta Oliverio Hilario Díaz, padre de algunos de los niños que atienden clases en Yo’on Ixim. Con su esposa y cinco hijos, tres hermanos y un primo forma parte de la última generación que vino a Puebla a vender chicles en la calle en busca de mejor vida. Mientras en el pasado venía por temporadas más cortas y regresaba a Chiapas seguido, ahora ha decidido quedarse un Puebla. “Todavía no tenemos planes de regresar, creo que voy a tardar más tiempo.”
Yo’on Ixim
Foto: Martina Žoldoš
Igual que otros niños migrantes los hijos de Oliverio solían acompañarlo a trabajar ya que “la renta era alta y a veces no nos alcanzaba a pagarla.”
Ahora son 28 niños, repartidos en dos grupos de 4 a 8 y de 9 a 13 años, asistiendo a la escuela tres veces a la semana. “Las principales limitaciones tienen que ver con la lengua. Su lengua madre es Tzotzil entonces a veces es complicado para ellos entender los conceptos que manejamos en español”, explica Francisco Armando Ponce León, uno de los maestros, encargado de clases de lectoescritura y matemáticas.
El segundo reto más grande es la cuestión cultural y el hecho de que la mayoría nunca había ido a la escuela. “Tenemos que comprender que ellos no vienen de una sistematización escolarizada, apenas empiezan a entender los roles dentro de una escuela, cómo funciona una dinámica escolar”, agrega Francisco y añade que a veces hay que empezar desde cero pues aunque ya son grandes, los niños no saben ni sostener bien el lápiz.
Por otro lado las clases de matemáticas fluyen bastante bien, ya que su trabajo previo con dinero permite a los niños dominar los cálculos matemáticos.
La mayoría endeudada por los gastos médicos
Mientras algunos de los migrantes vienen a Puebla a ganar algo para abrir una tiendita en su comunidad, comprar un taxi compartido o, como en caso de Olivario, construir una pequeña casa, la mayoría migra por tener “deudas médicas terribles. Cuando los niños nacen, no reciben acta de nacimiento y sin papeles no pueden buscar atención médica en los centros de salud públicos”, dice Samantha.
Yo’on Ixim
Foto: Martina Žoldoš
Con deuda y sin posibilidad de pagarla trabajando en su propio estado, muchos terminan migrando a Puebla donde tampoco logran ahorrar, ni vendiendo chicles ni limpiando autos. En un buen día Oliverio gana hasta 170 pesos, pero cuando la venta es baja no alcanza ni los 100.
Samantha conoce a una mujer que lleva cinco años pagando su deuda de 20,000 pesos: “Mientras está pagando la deuda su hija se enferma. Sin seguro médico hay que pagar las consultas y las medicinas, así que su trabajo nunca dará fruto. Como siempre están en la deuda es imposible salir, no se puede invertir en educación de sus hijos y demás cosas”. Para posibilitar el acceso a las instituciones de salud pública, Samantha y los voluntarios están en el proceso de ayudarles a que adquieran los papeles necesarios –actas de nacimientos a los niños y CURP a los padres–, con la finalidad de inscribirlos al Seguro Popular.
Colaboración con el banco de alimentos
El propósito del proyecto no es sólo enseñar a los niños a leer y escribir sino sacarlos de la calle.
Samantha recuerda a una familia que regresó a techar la casa en su comunidad después de 6 años de laborar en la calle. Lo hicieron con la ayuda de toda la familia, incluyendo 6 niños. “Sabiendo sus riesgos los padres, no quieren que los niños estén en la calle. Están felices de que estudien ya que conocen los beneficios de la educación”. Sin embargo en una situación de emergencia, cuando las necesidades no pueden ser cubiertas con la sola ganancia de los padres, los niños vuelven a trabajar. Para evitar esto, Yo’on Ixim está por empezar a colaborar con el banco de alimentos: cada familia recibirá más de 10 kilos de frutas y verduras por semana con la condición de que los niños acudan a clases todos los días. Adicionalmente esta comida ayudará a combatir la desnutrición que sufren muchos niños.
Yo’on Ixim
Foto: Martina Žoldoš
La escuela, que está por cumplir un año y que pretende abrir sus puertas todos los días, busca construir un sistema diferente para la gente con necesidades y habilidades especiales. “Seguimos desarrollando la metodología, dependiendo de los resultados obtenidos. Cada mes hacemos una planeación, dividida en bloques de semanas. Acabando el mes evaluamos el conocimiento de los alumnos para determinar hasta qué punto logramos de coincidir”, explica Francisco. El maestro espera que en algún momento del futuro los alumnos puedan obtener certificación oficial del nivel primaria o hasta secundaria.
Las repisas de la escuela se están llenando de libros sobre varios temas: ciencias naturales, geografía, historia. Sin embargo tendrán que esperar a que los niños aprendan “a leer para poder introducirse a los libros que tenemos”. Con mucha satisfacción Francisco nota un creciente interés hacia los conocimientos que van más allá de números y letras: “A muchos niños ya les han surgido cosas muy interesantes. Hay un niño que por ejemplo nos preguntó cómo era un cerebro. Así ya puedes trabajar otros conceptos”.
Publicado por Martina Žoldoš en Lado B